Carlos Huentecol era el encargado del cuidado de las gallinas, patos y cerdos en el campo Farallones. Además se encargaba de las siembras, y en cuanto a las vacas, el trato era irse a medias con el patrón al contar los terneros de la temporada.
El hombre nacido en Angol y de origen mestizo , aparentaba hacerle el gusto a su jefe, contestando «bien, patrón» cada vez que le pedía algo, como fue ese día antes de regresar a la ciudad.
Don José lo llamó y le dijo que encierre aparte para engorda al chanchito que recién había sacado del corral, con la finalidad de hacer cecinas en invierno, y guardar manteca para cocinar.
Pasaron un par de meses, y apareció el patrón , fue a ver como estaban las vacas, cuántas preñadas había…y al pasar frente al chiquero le echó una mirada al chancho pero no se detuvo, sino que iba pensando en lo chico que lo vió…creyendo en una equivocación, no hizo ningún comentario. Sólo le dijo: «Si te falta alimento para engordar al chancho, suéltalo, podemos engordarlo más adelante».
-«bien, patrón»…
Al par de meses volvió, y se fue derechito al chiquero. El chancho overo se había achicado y estaba gordito, de cola arriscada, y parecía estar diciendo «yo no soy el mismo, hoj hoj…»
-Carlos, ¿qué pasa en este chiquero, que en cuanto se pone un chancho, se achica? ¿no será arte de magia? ¿me lo puedes explicar?
-Silencio…Carlos se quedó callado, rogando para sus adentros que la cosa llegara hasta ahí…
Al día siguiente, don José lo llamó y le dijo :»Dos veces me has hecho la magia de cambiarme los chanchos. Doy por terminado mi contrato contigo».
Y Carlos se fue a hacerle magia a otros.